Alberto Giacometti: Escultor de la Soledad

1907, Borgonovo, Suiza, Alberto (7) posa para un cuadro de su padre en el pequeño estudio adyacente a la casa, está fascinado por los olores de las pinturas, sabe que cuando crezca seguirá su ejemplo.

En un paseo familiar descubrió una piedra gigante con un orificio similar a una boca, le llamó el “monolito dorado” y toma por costumbre meterse en el agujero donde disfruta de estar solo.

Su familia es armónica, es el mayor de cuatro, su madre una mujer culta se da cuenta de que el niño es un genio y lo libera de las labores domésticas para que lea, dibuje y esculpa.

En adolescencia su padre y él pintan unas peras, las de Alberto eran muy delgadas, el papá molesto lo presiona para que las haga como son en realidad, al negarse y defender su percepción empieza su propia expresión artística.

Estudió la Escuela de Bellas Artes de Ginebra y llegó a París en 1922 a la Academia de la Grande Chaumière, donde se integró al grupo surrealista y creó “Bola Suspendida” como elaboración de su recuerdo infantil del agujero donde se metía.

En 1934 entra en una crisis creativa, abandona a los surrealistas y da paso a su particular estilo en el que refleja la soledad y el aislamiento del ser humano.

Su gran amigo Jean-Paul Sartre sostuvo largas conversaciones con él y desentrañó el origen psicológico de su obra: “lo que no ve el ojo humano Giacometti lo hace visible pues expresa la obscuridad de los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial en forma de figuras que emergen como tótems que adorar”.

Para el escultor hay siempre una realidad atrás de una cortina que al moverse hace que aparezca otra realidad y otra que lleva a una distancia no concreta entre el hombre y su creación que lo conduce a encontrar su realidad interior.

El lenguaje de este arte es suprimir la distancia entre la obra y el observador, llegar directo a su mundo interno, la metáfora que usa el escultor es la diferencia entre proximidad y distancia que nos conduce a “ser o no ser” el concepto nihilista de Lacan con el continuo esfuerzo de encontrar nuestro yo interno. Y es así como la pérdida se transforma en una ganancia.

Tanto Sartre como Giacometti interpretan la obra del escultor como una confrontación con la violencia a través de sus figuras alargadas de apariencia nerviosa que reflejan resistencia y libertad.

Su creación lo ha hecho uno de los artistas más originales del siglo XX.  En 1962 recibió el máximo galardón en la Bienal de Venecia.

Murió en Coira, Suiza en 1966. Está enterrado en su pueblo natal.

Su escultura “El hombre que camina” fue subastada en 2010 por Sotheby´s en 104 millones de dólares, volviéndose un record mundial en ese momento.

En sus palabras: “Siempre se progresa algo, incluso cuando las cosas van mal, porque entonces uno sabe lo que no hay que volver a hacer”